Frío. La falta de flujo sanguíneo por el frío puede producir falta de sensibilidad.
La disminución de la temperatura origina una serie de cambios clínicos de mayor o menor gravedad. Así, la piel se vuelve pálida y seca. Esa disminución del flujo sanguíneo es más importante en las partes más distales o expuestas del cuerpo como las manos o pies, y las orejas.
En esas zonas la falta de flujo llega a producir pérdida de sensibilidad, apareciendo dolor cuando la isquemia se prolonga. Comienzan los escalofríos y espasmos musculares continuos que dan lugar inicialmente a un temblor fino y difícil de controlar, explica el Dr. Lavilla.
Si sigue bajando la temperatura corporal, disminuye nuestro metabolismo y la capacidad para general calor (cada diez grados centígrados se reduce a la mitad). Se producen cambios en la actividad cerebral con un progresivo enlentecimiento y descoordinación que se traduce en una somnolencia progresiva (sobre todo cuando la temperatura corporal es menor de treinta y dos grados centígrados).
Comienzan a producirse trastornos cardiovasculares en la tensión y sobre todo en el pulso, taquicardia e hipotensión por debajo de los veintiséis grados centígrados. La respiración se vuelve superficial y lenta.
Aparecen cambios metabólicos, interrumpiéndose diversos ciclos vitales con fenómenos de lesión celular que afectan a distintos sistemas (hígado o riñón). La muerte se acaba produciendo por parada cardíaca (asistolia o fibrilación ventricular), apareciendo el coma cuando la temperatura baja de veintiséis grados centígrados.