Charlas de Seguridad 25 de mayo del 2011 Prevención de Riesgos No hay comentarios
Las industrias más serias y productivas del mundo cuentan siempre con una política de salud ocupacional y seguridad industrial. Lo que en inglés se llama HSE (Health, Safety y Environment), es decir, salud, seguridad y medio ambiente. Dentro de estas políticas se promueven reglas estrictas para cada uno de los procedimientos frecuentes dentro del trabajo; sin embargo, hay algunas situaciones poco frecuentes, que son inesperadas y por lo tanto, es difícil crear reglas para ellas.
No se pueden poner reglas para lo inesperado. Pero lo que sí se puede hacer es apelar al sentido común y a la capacidad de aquellos trabajadores que tienen buen juicio y la capacidad de observar las situaciones que se les pueden presentar y enfrentarlas de la manera más razonable y sensata posible. Cada situación puede tener una posible situación de amenaza, pero aquellas personas que pueden advertir las amenazas y evitar hechos muy valiosos, aprecian el valor de la vida y, es muy probable, que tengan un promedio de vida mucho más alto de aquellas personas que actúan «a lo loco» sin medir las consecuencias de sus actos.
Hay una historia que ocurrió en una fábrica de acero en los Estados Unidos. Había un barrendero muy apreciado en toda la planta por ser un buen compañero. Era un hombre de cerca de 45 años, llamado John. Un día John estaba limpiando una plataforma en la que había un vagón de bordes bajos. Un operador de grúa traía una gran cantidad de chatarra y, sin darse cuenta, la giró sobre el vagón de bordes bajos y volcó la chatarra sobre el cuerpo de John, quien murió de inmediato, aplastado por la chatarra.
El operador de grúa no lo vio. Pero tampoco pensó que habría alguien en ese lugar. Nunca fue su intención hacerle daño a John y mucho menos matarlo, pero, al volcarle la chatarra encima, lo mató. La familia de John y también la familia del operador de grúa jamás olvidarán ese día trágico. «Si se hubiera dado cuenta», lamentaba la esposa del operador. Y el mismo operador. El precio de no precaver los accidentes es muy alto.
Nunca debemos arrojar objetos pensados sin verificar que no hay nadie que pueda salir lastimado. Es necesario fijarse también en los pies. A veces, hasta manipular un martillo para clavar una puntilla en la pared, nos debe obligar a pensar en que podemos sufrir un golpe en un dedo o el martillo puede caer sobre el pie, causando graves daños. Hay que fijarse. Fijarse por donde uno pisa, por dónde camina. En dónde mete las manos, qué herramientas pueden lesionarlo a uno mismo o a algún compañero.
Tocar una pieza metálica que puede estar caliente, encender una llama en un lugar donde hay combustibles, usar zapatos inadecuados que pasan la corriente pueden ser imprudencias cuyas consecuencias pueden ser lamentables y trágicas.
Todos alguna vez hemos cometido algún pequeño descuido. Algunos, pocos, también han pagado las consecuencias de graves descuidos. Pero la imprudencia es un defecto y una mala práctica que podemos combatir. Así como el hombre de la grúa en la fábrica de acero no se fijó, también hay padres que no se han fijado y han llegado a atropellar a sus propios hijos sin darse cuenta. Hay personas que al cerrar una puerta o soltar una tapa pesada, han mutilado a otras personas. Todo por un descuido. Por eso, no debemos esperar a que nos pase una desgracia para ser precavidos. No necesitamos aprender con la vía del dolor, lo que podemos aprender por la vía del conocimiento.
Evitar, evitar y evitar. Y cómo dice el refrán: «Piense antes de actuar». Cuente hasta 10. Calcule. Fíjese que no hay alguien más. «Piense antes de actuar».